Una enfermera esconde niños en ataúdes durante la segunda guerra mundial. 70 años después su increíble historia es revelada  

En febrero de 1910, en un poblado de Polonia, nació Irena Sendler. Podría decirse que en el momento perfecto para que surgiera el milagro en el que se convirtió su trabajo de vida. Después de que su padre muriera, cuando ella sólo tenía siete años, Irena decidió seguir sus pasos y perseguir el ingreso al mundo de la medicina. Desde una edad muy temprana, ella dedicó su vida a ayudar a los demás, sin importar el costo.

La joven enfermera fue asignada a uno de los lugares con peor reputación antes de que iniciara la segunda guerra mundial. El gueto de Warsaw. Estando aquí, Irena pudo presenciar y atestiguar de primera mano el tremendo abuso despiadado al que los nazis sometían a las personas judías.

Esta experiencia cambió para siempre su modo de ver la vida.

Irena con su uniforme de enfermera

“El odio que le tenía a los alemanes era más fuerte que el miedo. Mi padre me enseñó que uno debe saltar a ayudar a un hombre que se está ahogando, aun cuando no sepas nadar. Durante ese tiempo, era Polonia la que se estaba hundiendo”

Fue entonces cuando Irena se contactó con una organización de la resistencia llamada “Zegota”.

Esta heroica banda le encomendó la misión de liberar judíos atrapados en el gueto, e Irena aceptó la peligrosa encomienda.

Junto con Zegota, Irena rescató cientos de niños judíos. Irena utilizó su conocimiento en enfermería para ayudar a los niños, que usualmente estaban demasiado débiles o desnutridos. Una  vez que mejoraban, los sacaba de la ciudad y los escondía en un lugar bastante inusual. Ataúdes.

El genial plan permitió que los niños escaparan del gueto y alcanzaran la libertad.

Finalmente, Irena fue descubierta y capturada por los Nazis. Ella se negó a darles información pese a ser sometida a un brutal interrogatorio por semanas. Afortunadamente, los amigos de Irena pudieron sobornar un oficial, lo que le dio la oportunidad de escabullirse fuera de la prisión.

La recién liberada revolucionaria pasó los siguientes cinco años prófuga. Utilizó un nombre falso y constantemente estaba escondiéndose. A pesar del gran temor de que la descubrieran y la encerraran de nuevo, Irena fue a su antigua casa a buscar los invaluables documentos que dejaban testimonio de las vidas que salvó.

Irena conservaba en una lista los nombres y parentescos de cada niño que salvó. Enterrada en latas de metal en el jardín de su vecino.

Cuando la guerra terminó. Irena contactó a cada niño cuyo pasado estaba oculto en esas latas. Su intención era cerrar el ciclo ofreciéndoles la posibilidad de tener respuestas sobre su pasado.

Antes de que muriera, a la edad de 98 años Irena tuvo la dicha de conocer a muchas de las familias de los niños que ayudó durante años. Esta asombrosa mujer vivió como toda una heroína.

Mira este breve documental sobre sus experiencias. Créenos, vale mucho la pena.

!Comparte con tus amigos el increíble legado de esta gran mujer!

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